martes, 29 de junio de 2010

PAVEL

Pavel se encontraba muy nervioso ese lunes en la madrugada, no había podido dormir porque aún tenía los recuerdos del día anterior. Se habían metido a su casa, que era más bien un cuarto, y se habían llevado su ropa, los libros que le quedaron de su época universitaria, y su vínculo más cercano a la sociedad, su pequeña radio portátil. Contó muy bien, repetidas veces, el total de su dinero. En esa caja de cartón no faltaba una sola moneda.

En una hora exacta de extraña lucidez, Pavel ideó mil formas y situaciones, en las que una o más personas pudieron entrar a su habitación, seleccionar emocionalmente el botín, y cargar con lo robado. Cada opción se ramificaba en muchas más, su investigación era una enredadera o laberinto sin salida. Eligió no entender el robo.

Desde que Alan Tassara, su hermano, desapareció un mes atrás; la única forma en la que lograba conciliar el sueño era de puro cansancio, después de haber escuchado, por lo menos, una hora de noticias radiales, que lo devolvían a la realidad por momentos. Se alegraba cuando una opinión suya sobre alguna noticia coincidía con la del periodista que la comentaba. Pavel no salía mucho, se pasaba horas leyendo siempre los mismos textos académicos, como si quisiese encontrar algún error en el desarrollo de algún modelo matemático o una omisión en un dato histórico. También se entretenía recordando su etapa universitaria; pero le fallaba la memoria a menudo, ya no recordaba si era física o filosofía la carrera que siguió en aquella época, si ese nombre escrito en la hoja final de su cuaderno era de algún amigo o del verdadero dueño del libro, sencillamente se le iban los recuerdos; y cuando esto ocurría, la inercia lo llevaba a la mesita de noche que aún conservaba desde la niñez, llevaba el nombre de su hermano tallado en uno de los extremos, se sumergía en ese mueble de madera vieja hasta que sus dedos, por fin, encontrasen las pastillas desperdigadas, y hasta escondidas, recetadas por distintos médicos en distintas fechas. Rivotril, se podía leer en casi todas las recetas viejas y arrugadas.


Ese melancólico lunes, Pavel recordaba que el domingo llegó del parque; donde solía pasar horas sentado contando a las palomas que se multiplicaban en el cielo, y encontró la puerta de su cuarto abierta; cuando entró vio la mitad de sus cosas tiradas en el piso, y la otra mitad, la de su hermano, la más importante, ya no estaba. Decidió Tomar muchas pastillas, para sacarse los recuerdos inmediatamente o para  recordar más, no lo sabía. De pronto se fue la luz; y a Pavel le pareció esa situación, el cuarto sin su radio y sin luz, una soledad exagerada; no lo toleró; el miedo y la depresión se convirtieron en ira y venganza, de pronto se oyeron pasos en el corredor que daba a su cuarto, los golpes de los seguros que producían los giros de las llaves lo pusieron más nervioso, Pavel pensó que el ladrón había venido por su otra mitad, se escondió tras de la puerta empuñando el bastón con el que se desplazaba. Finalmente, se abrió la puerta en su totalidad, alguien entró, no se veía nada, pero Pavel supo que el ladrón se estaba dirigiendo hacia la cama de su hermano y no lo toleró más, lo hizo responsable de su soledad y lo golpeó salvajemente hasta hacerlo perder la razón. No pudo oír cuando el ladrón le dijo: Soy yo, Alan, ayer vine por mis libros de la universidad, por mi ropa y mi radio.