domingo, 23 de marzo de 2014

Amador

Todas las  relaciones de Amador cumplieron cabalmente un proceso de desgaste natural e inexorable, como la oxidación de los metales o la putrefacción de las frutas. Ay el amor! aparece en la vida tan sorpresivo que nadie está preparado para recibirlo, asimilarlo, ni mucho menos protegerlo. Inevitablemente lo descuidamos, lo perdemos, nos desentendemos y luego, tan impunemente nos volvemos a enamorar.

El amor es una debilidad, nos vuelve vulnerables en una  etapa en la que estamos expuestos a una serie de peligros y daños irreparables, como la pérdida de la confianza luego del engaño o la aceptación de la soledad como el mejor de los escudos;  por el contrario, el desamor es la herramienta que genera la superación personal, como una fuerza que te obliga a la auto sanación, como la fiebre que consuela con el sudor al cuerpo previo a la recuperación. Así pensaba Amador. 


Cloe lo conoció arrogante y perverso. Amador vivía obsesionado con el dolor y la melancolía. Una vez soñó que Cloe lo engañaba, al despertar deseó que el sueño fuera realidad. La odió secretamente. Ella lo enteraba de su amor en cada una de sus sonrisas. 

Después de descubrirse masoquista, empezó a temerle a todo, cualquiera podría ser su enemigo o en cualquier lugar de la ciudad estaría esperándole alguna trampa mortal. Tales paranoias lo tenían fascinado.

Cloe lloró toda una noche al descubrir que Amador era incapaz de demostrarle algún gesto de amor en público. Todo empezó como un juego: ella le ponía apodos cursis, lo besaba en la frente, le prodigaba infinitas bendiciones; finalmente, lo imantó a su ser en un abrazo casi eterno, y así, en vano esperó la reciprocidad. Empequeñecido en el abrazo de Cloe, Amador descubrió que le aterrorizaba la inexorable soledad.

Marta lo engañó siempre. Ella adoraba la actitud bohemia de Amador, por eso siempre lo consideró a él su pareja oficial, los demás la disfrutaban en la clandestinidad. 

Amador siempre lo supo pero nunca le dijo nada a Marta, tampoco le fue infiel. Su mente era su acosador incansable. Amador hizo todo lo posible por mantener viva esa relación, pero cada vez se sentía inferior a ella, para estar a su nivel empezó a despreciarla. Algunas veces le comentaba que había conocido a una chica más linda que ella, otras veces  le dejaba pistas de infidelidades que nunca cometió, solo así se sentía cómodo ante su presencia. Marta terminó la relación con él tres meses después. Amador perdió la mirada en la insondable noche y calló con todas sus fuerzas un ‘no me dejes’. 


Adela era diez años menor que Amador. Era de una provincia alejada de la capital, de una ciudad calurosa. Era madre soltera y trabajaba para pagar sus estudios de cosmetología. Tenía el rostro angelical y malévolo a la vez, como de niña disfrazada de adulta.  Pesaba cincuenta y cinco kilos y medía un metro con sesenta y tres centímetros. La maternidad y la juventud moldearon sus senos y caderas en justa proporción diabólica. Era salvajemente hermosa. Él se iba enamorando sin oponer resistencia.


Jamás contó el final de su historia con Adela. Al respecto, se limitaba a comentar siempre lo mismo: ‘Era inevitable, es el ciclo del amor’. La última vez que lo dijo sintió una exaltación y luego un gran alivio, como quien descubre una solución o estrategia. Entonces, musitó que las ganas de amar llegan sólo después de haberlas contenido por mucho tiempo. Luego, razonó más detalladamente: primero, uno se debe acostumbrar a la soledad; luego, la soledad potencia las ganas de amar; entonces, el amor brota con una fuerza incontenible. Tal razonamiento, evidentemente, era un sofisma.