sábado, 10 de julio de 2010

Sicalíptico


Gótica, qué bien bailas, estira tus brazos y gira como una nube embudo sobre tu propio eje y arrástrame a tu centro. Y ahora, gótica, qué bien besas. Agita tu lengua en mi boca y mastica la mía, que así sea nuestro primer beso. León y leona devorándose a ritmo de Depeche Mode.
Seduce y déjate seducir, un paso tras otro. Aléjate, pero no hagas imposible la noche. Dibújame un camino que empiece en tu cuello, cambia los ojos a verde de una vez y déjame pasar. Descansa ya y dale una oportunidad a lo simple; que ahora, que soy más negro que tú, si me dejaras te abriría como a un regalo, o te abriría como a un pez
.


domingo, 4 de julio de 2010

CUMPLEAÑOS FATAL 2

"A mi querido amigo 'coyote'"

Cómo te detesto cuando estás ebrio. Detesto tu risa alargada y grave. Y detesto tus ojos desorbitados siguiendo a la vez a tus dos manos. Cómo te detesto. La vergüenza que me has hecho pasar. Porque te vi intentando romper esa mesa, o quizá la rompiste, no recuerdo. Te vi también brincando de un mueble a otro, como un felino tras su presa, y caer sobre los invitados. Cuando le escupiste al tipo apodado ‘el panda’, la cara que debiste haber puesto, me la imagino, esa sonrisa con la boca exageradamente abierta y salivando con la lengua de colmillo a colmillo.

Pero peor tú que yo. Intentando la sobriedad cuando te quieres derrumbar dándole de patadas a todos. Peor tú, resistiéndote con la elocuencia hasta el umbral de la ira. Ridículo has de verte, tan elegante y de pronto caer en la barbarie; como quien pasara del llanto a la risa. Siempre has de caer conmigo, abrazándonos algunas veces y otras enemistados; como hoy, que te levantas tan sincero e inocente, tan impune, después de haber roto a patadas la mesa ésa, y exhortando al alboroto a quien tuviera la mala suerte de caer en tu juego.

Así pues, ahora que compartimos el pecado, compartiremos también el perdón; hasta el día en que me alejes de tu lado tanto como puedas alejarte tú de mí.





jueves, 1 de julio de 2010

22 de Agosto de 2006: Doctor Valencia is defunct.

Nada más certero que la sensación de estar luchando en vano. Otra ida y vuelta del siquiátrico, sentado por horas, esperando mi turno para descargarle mis alteraciones mentales a un hombre como cualquiera de nosotros; con necesidades, carencias y debilidades. Culpable de esa explosión sicosomática que no puedo controlar y que enfrento con mucho corazón y quizá algo de valentía, pero con nada de astucia; y es que no sé de qué asirme para defenderme de mí mismo. Mi punto débil soy yo: dos seres internos me gobiernan, a uno le llamo amigo y al otro enemigo. Se pasan la batuta de mi mente en la ocasión menos indicada. Al que llamo enemigo no lo conozco del todo bien, pero él sabe de mis debilidades, sabe qué hilo nervioso debe tirar para envolverme en el espectáculo más bochornoso de mi vida: estar sentado entre una señora gorda que no para de hablar de la recuperación de su mente y un tipo tan flaco que ya la locura me empieza a asustar. El hijo de alguien corre, cae y se levanta, llora un poco pero vuelve a correr, qué poco tolerante me estoy volviendo, ya ni recuerdo qué tan movedizo era yo a esa edad, recuerdo que me gustaba correr, y hablaba siempre en voz alta, ni cuando gritaba auguraba estar sentado, 15 años después, en el piso 4 de una clínica local, frente a un tipo de terno que no para de hablar por el celular. Podría ser el único menor de treinta o de cuarenta o de cincuenta años, y ya las décadas son nada estando sentado ahí. Todos parecemos estar conectados síquicamente, cada uno adivina el mal del otro, nos lanzamos miradas cómplices y luego una sonrisa. Quizá hoy sólo necesitemos un poco de rivotril.



Uno a uno vamos ingresando al consultorio, yo soy el último en la lista. Una anciana se demora más de la cuenta y me desespero. Llega mi turno. Ingreso y me saluda un hombre de enana apariencia, un japonés apellidado Kanashiro. Al ingresar a la clínica me dijeron que el antiguo siquiatra no estaba, no me pareció raro así que pensé: qué importa, ya otro día lo veré. El tal Kanashiro me preguntó si yo veía al antiguo siquiatra. Sí, respondí. Él dijo: Caray, qué pena hijo, él era mi gran amigo, falleció hace poco. 

Aquel anciano de barba blanca que me atendió por una buena temporada había muerto, y tanto que me costó que entendiera y aceptara a esta maraña de rarezas y sentimientos degenerados que soy yo, ahora tengo que empezar a contarle de mi mundo a este enano japonés que parece estar muy feliz de todo. Para que termine rápido la rutina le hablo de mis extraños pensamientos, de mis extrañas ideas, de mi comportamiento y de mi otra realidad. Luego, devienen las preguntas lógicas, las frases con trucos de siquiatra, los artilugios (me los sé todos), las medicinas caras y extrañas que nunca encuentro en las farmacias, el reloj avanzó 40 minutos y no me di cuenta. No me siento mejor y mi siquiatra está muerto.

martes, 29 de junio de 2010

PAVEL

Pavel se encontraba muy nervioso ese lunes en la madrugada, no había podido dormir porque aún tenía los recuerdos del día anterior. Se habían metido a su casa, que era más bien un cuarto, y se habían llevado su ropa, los libros que le quedaron de su época universitaria, y su vínculo más cercano a la sociedad, su pequeña radio portátil. Contó muy bien, repetidas veces, el total de su dinero. En esa caja de cartón no faltaba una sola moneda.

En una hora exacta de extraña lucidez, Pavel ideó mil formas y situaciones, en las que una o más personas pudieron entrar a su habitación, seleccionar emocionalmente el botín, y cargar con lo robado. Cada opción se ramificaba en muchas más, su investigación era una enredadera o laberinto sin salida. Eligió no entender el robo.

Desde que Alan Tassara, su hermano, desapareció un mes atrás; la única forma en la que lograba conciliar el sueño era de puro cansancio, después de haber escuchado, por lo menos, una hora de noticias radiales, que lo devolvían a la realidad por momentos. Se alegraba cuando una opinión suya sobre alguna noticia coincidía con la del periodista que la comentaba. Pavel no salía mucho, se pasaba horas leyendo siempre los mismos textos académicos, como si quisiese encontrar algún error en el desarrollo de algún modelo matemático o una omisión en un dato histórico. También se entretenía recordando su etapa universitaria; pero le fallaba la memoria a menudo, ya no recordaba si era física o filosofía la carrera que siguió en aquella época, si ese nombre escrito en la hoja final de su cuaderno era de algún amigo o del verdadero dueño del libro, sencillamente se le iban los recuerdos; y cuando esto ocurría, la inercia lo llevaba a la mesita de noche que aún conservaba desde la niñez, llevaba el nombre de su hermano tallado en uno de los extremos, se sumergía en ese mueble de madera vieja hasta que sus dedos, por fin, encontrasen las pastillas desperdigadas, y hasta escondidas, recetadas por distintos médicos en distintas fechas. Rivotril, se podía leer en casi todas las recetas viejas y arrugadas.


Ese melancólico lunes, Pavel recordaba que el domingo llegó del parque; donde solía pasar horas sentado contando a las palomas que se multiplicaban en el cielo, y encontró la puerta de su cuarto abierta; cuando entró vio la mitad de sus cosas tiradas en el piso, y la otra mitad, la de su hermano, la más importante, ya no estaba. Decidió Tomar muchas pastillas, para sacarse los recuerdos inmediatamente o para  recordar más, no lo sabía. De pronto se fue la luz; y a Pavel le pareció esa situación, el cuarto sin su radio y sin luz, una soledad exagerada; no lo toleró; el miedo y la depresión se convirtieron en ira y venganza, de pronto se oyeron pasos en el corredor que daba a su cuarto, los golpes de los seguros que producían los giros de las llaves lo pusieron más nervioso, Pavel pensó que el ladrón había venido por su otra mitad, se escondió tras de la puerta empuñando el bastón con el que se desplazaba. Finalmente, se abrió la puerta en su totalidad, alguien entró, no se veía nada, pero Pavel supo que el ladrón se estaba dirigiendo hacia la cama de su hermano y no lo toleró más, lo hizo responsable de su soledad y lo golpeó salvajemente hasta hacerlo perder la razón. No pudo oír cuando el ladrón le dijo: Soy yo, Alan, ayer vine por mis libros de la universidad, por mi ropa y mi radio.